Por Terry Tomalin

Parado en la cubierta del muelle en Cayo Hueso observé al capitán amarrar al techo de la embarcación el kayak que yo había alquilado para el viaje en bote a mi destino final: el parque nacional Dry Tortugas, unas 70 millas al oeste.

Mi plan era poner mi tienda de campaña, saco de dormir y hornilla en las portillas cubiertas del kayak, preparar una nevera con agua y comida y pasar la noche en el pequeño campamento de Cayo Garden.

El servicio nacional de parques permite un número limitado de visitantes al campamento localizado en un pequeño claro justo afuera del masivo muro del fuerte Jefferson, una base militar del siglo XIX que otrora fuera una prisión. Los campistas tienen que ser totalmente autosuficientes. El servicio de parques pone a disposición una parrilla de carbón y un puesto pero cada cual debe de traer su propia comida, agua y cualquier otra cosa que necesite para su visita de uno a tres días, a un costo de $3 la noche.

Salimos del puerto de Cayo Hueso y nos dirigimos rumbo oeste. Era una tarde nublada en noviembre y aun así el ferry estaba repleto de turistas de diferentes lugares de Estados Unidos.

A diferencia de otras áreas de los cayos de Florida, los corales son fáciles de ver a simple vista en el agua poco profunda, a veces de solo tres o cuatro pies de profundidad. Dentro de los límites del parque hay una gran variedad de peces tropicales, así como barracudas y morenas y una de las mayores concentraciones de tiburón nodriza en Florida. Pero al igual que en cualquier lugar en el mar abierto, la corriente en las Tortugas puede ser fuerte y a veces traicionera.

Las islas bajas de las Marquesas y las Tortugas, con sus arrecifes de coral y bancos de arena, se han cobrado más de 200 embarcaciones a lo largo de los años, desde galeones españoles hasta barcos de carga de la época de la Segunda Guerra Mundial hundidos por submarinos alemanes en aguas locales.

Cuando arribamos al muelle del fuerte Jefferson dos horas después, decidí dirigirme al cayo Bird para ver el “naufragio de los ladrillos” a seis pies de profundidad más o menos a una milla del fuerte. 

Las autoridades no están seguras cuándo la embarcación, un barco de vapor de 126 de eslora con una carga de ladrillos, arremetió contra un banco en Cayo Bird, pero se estima que fue poco antes de la Guerra Civil. En un día claro, todavía se puede ver la enorme hélice de seis pies con cuatro palas justo debajo de la superficie.

Mientras remaba hacia el naufragio vi el cayo Loggerhead alrededor de tres millas al oeste. Es una de las islas de mayor tamaño de la cadena de las Tortugas y es un popular destino para los que tienen interés en ver un hábitat impoluto y vida salvaje. Se puede visitar durante el día, pero al igual que todos los otros lugares en el parque, no puedes llevarte nada y lo único que puedes dejar son las huellas de tus pies.

Muy cerca de la punta suroeste de Loggerrhead hay otro naufragio, conocido como el Windjammer. Te va a ser muy difícil encontrar un naufragio mejor donde hacer snorkel que este “autobús del mar” que se hundió durante una tormenta en el invierno de 1907. Pero después que empecé a remar hacia la distante isla, decidí que sería mejor no arriesgarme al mar abierto en una embarcación tan pequeña en caso que el mar no cooperara.

Por lo que regresé y me dirigí de vuelta hacia Cayo Long, que protege el fuerte Jefferson por el sureste. Un pelícano se sumergía donde había un banco de peces y un arrecife pequeño repleto de criaturas. Eché el ancla, puse la banderita de bucear y me fui a explorar bajo el agua.

Nadé por la gorgonia y el coral cerebro. Vi a corta distancia una langosta espinosa que cuidaba su guarida debajo del borde de una roca. Qué atrevida, pensé:  normalmente huyen a la mera vista de una persona. Pero entonces me acordé dónde estaba: en el parque nacional Dry Tortugas, donde todo está protegido, aun las langostas.

El agua salada que se filtraba dentro de mi snorkel me dio sed, de modo que regresé al kayak justo a tiempo para ver una tortuguita verde de mar erguir la cabeza por el arrecife. Ponce de León escogió bien el nombre de este lugar, porque en verdad es la tierra de las tortugas. Antes de la llegada de los motores a vapor, los marineros apreciaban poder comer la carne fresca de las tortugas. Pero el agua dulce es aún más necesaria, y yo había dejado la mía en el ferry. De modo que atravesé el fondeadero y me dirigí al muelle.