By Saundra Amrhein

Fellsmere, Florida ‑- Es una fresca mañana a finales de otoño en Florida, y el elefante africano Tufani, de 10 años de edad, mastica plácidamente un montón de heno mientras su grave ronroneo se propaga por el aire meridiano. Al otro lado del campo, Thandi, su tía de 3,720 kilos, lo espía y acelera el paso mientras se le acerca.

Con una garceta blanca a cuestas, Thandi se acerca a Tufani, quien le cede el paso a la matriarca de la manada familiar y abandona el montón de heno, pero no sin coger antes un manojo con la trompa y alejarse hasta un lugar a la orilla de un estanque.

De los cuatro elefantes que viven en el nuevo Centro Nacional de Elefantes en Fellsmere, un pueblo en la región centroriental de Florida, Thandi es conocida entre los vigilantes como “la jefa”. Y cuando llegue la hora de darle un último codazo al revoltoso adolescente para que abandone la manada y se haga independiente, Tufani encontrará aquí espacio suficiente.

El centro sin fines de lucro —que abrió en mayo del 2013 tras años de planificación por parte de un consorcio nacional de zoológicos acreditados— abarca 91 hectáreas dentro de 4,856 hectáreas de naranjales. Cedido en alquiler por el propietario del terreno a un dólar anual por 40 años, el centro se propone ayudar a controlar la población de elefantes africanos y asiáticos del continente, así como prestarles atención veterinaria y una última morada a los paquidermos ancianos o enfermos.

“No solo les proporcionamos un buen hogar a los elefantes, sino también un futuro”, apunta John Lehnhardt, director ejecutivo ad honórem del centro.

La apertura del centro tiene lugar en momentos en que los elefantes de bosque africanos corren un grave riesgo de extinción —posiblemente en un lapso de 10 años— debido a la carnicería masiva que llevan a cabo los cazadores furtivos para extraer colmillos de marfil y venderlos en los voraces mercados mundiales de tráfico ilegal.

Actualmente, los grupos conservacionistas afirman que se asesinan más de 30,000 elefantes africanos al año a causa del comercio ilegal de marfil.

Los cuatro elefantes que viven en el centro constituyen una unidad familiar que vino del parque Animal Kingdom de Disney para darle espacio a la manada en crecimiento. Las dos hembras adultas, Thandi y Moyo, quedaron huérfanas de pequeñas en Zimbabue cuando sus familias fueron asesinadas durante el sacrificio de la manada, cuenta Lehnhardt.

Fueron enviadas a un zoológico del estado de Washington y, posteriormente, a Animal Kingdom en 1997. Las dos hembras desarrollaron lazos desde pequeñas, y cuando Moyo tuvo a sus dos crías —primero Tufani y ahora Tsavo, de 5 años de edad— Thandi asumió el disciplinario rol de tía líder de la manada, que es común en las matriarcales y multigeneracionales manadas de elefantes, integradas por hembras adultas y crías. Las hembras adultas protegen a los elefantes más jóvenes y terminan expulsando a los machos adolescentes, que entonces deberán buscar y establecer sus propios territorios y compañeras.

El centro estará en capacidad de ofrecerle a la manada espacio para que permanezca unida durante esta transición en sus cinco hábitats de 2 hectáreas cada uno, que finalmente podrían combinarse si fuera necesario, conjuntamente con zonas dispersas y planificadas de hasta 16 hectáreas cada una.

“Necesitan espacio para luego integrarse”, explica Lehnhardt, que ha trabajado con elefantes por casi cuatro décadas en diferentes lugares, entre ellos, el parque Animal Kingdom de Disney, donde desarrolló y supervisó el programa de elefantes y dirigió las operaciones de animales.

Los cuatro elefantes del centro pasan casi todo el día y toda la noche en uno de los hábitats cercados, paseándose por las acequias, retozando en los estanques y comiendo cualquiera de los cientos de especies de plantas del terreno. Cuando llegaron la primavera pasada, descubrieron las naranjas de los árboles y empezaron a devorarlas, arrancándolas de las ramas más altas y llevándoselas a la boca con la trompa.

“Se volvieron locos con las naranjas”, comenta Lehnhardt. En las mañanas, los elefantes suelen esperar en la verja para salir de su hábitat y recibir el baño y el reconocimiento médico matutinos, que es cuando les dan el desayuno de heno y los miman con granos de cereal.

Esta mañana, dos miembros del personal encargado de cuidar a los elefantes abren las verjas y los invitan a entrar al establo de acero galvanizado y verjas corredizas. Construir el establo costó $1,5 millones y, una vez que el centro haya recaudado el dinero, Lehnhardt aspira a construir un total de cinco establos.

Cuando llega el turno de bañarse, Moyo observa con sus profundos ojos café enmarcados en largas pestañas mientras Scott Krug dirige la manguera hacia su pecho y abdomen al otro lado de la verja de acero. La elefanta emite un ronroneo resonante y profundo mientras mastica los granos de cereal que recibió a cambio de obedecer instrucciones verbales de voltearse para que le lavaran el otro costado o arrodillarse para que el personal pudiera revisarle y lavarle la espalda. Mientras Krug lava y friega suavemente a Moyo con un cepillo a través de la verja, Mike Tanton refuerza las instrucciones verbales con un clicker que indica que pronto le darán más comida.

“Muy bien, Moyo,” dice Tanton para estimularla y decirle lo buena chica que es. Aquí no se le ponen garfios a los elefantes, subraya Lehnhardt; solo se les refuerza positivamente con comida. Esta breve interacción que tiene lugar todas las mañanas a través de la verja también le da al personal la oportunidad de comprobar el estado de salud del elefante, así como cualquier absceso o condición anómala que pudiera necesitar atención veterinaria.

Cuando llega el turno de bañar a Thandi, ella abre la boca y deja que Jeff Bolling pase el brazo por la verja y le rasque la lengua mientras da un vistazo al interior. Bolling, el director de operaciones del centro que estableció un fuerte vínculo de confianza con Thandi tras 15 años de trabajar con ella en Disney, le frota alegremente el extremo interior de la trompa, que Thandi ha sacado por la verja.

Una vez bañados y examinados todos los elefantes, se abren las verjas para que vuelvan a su hábitat hasta la mañana siguiente: primero, Tufani, para darle ventaja sobre Thandi; después, Moyo, detrás de la cual corre la cría más joven, Tsavo, al que el personal llama el “hijito de mamá”.

Las hembras de la manada nunca serán separadas y seguramente "vivan aquí el resto de la vida", señala Lehnhardt. “La mejor vida que puede tener una elefanta es dentro de un entorno social multigeneracional”.

Los machos también podrían terminar quedándose toda la vida o regresar a Animal Kingdom o a otro zoológico como machos de cría, según sean las necesidades de la población, explica Lehnhardt.

Finalmente, el centro tendrá capacidad para un máximo de 45 elefantes: los que vienen por poco tiempo mientras los zoológicos facilitan el espacio para reformas o reproducción y los que se quedarán permanentemente en el centro. Aunque no es oficialmente un santuario, ya que existe la posibilidad de traslado y reproducción de algunos elefantes, el centro ofrecerá visitas educativas y de planificación especial, pero no abrirá al público en general. La misión principal del centro es la salud y viabilidad duraderas de la población de elefantes, apunta Lehnhardt.

“Los que tenemos pudieran ser unos de los últimos que haya”, añade.

CUANDO VAYA

El Centro Nacional de Elefantes ocupa 91 hectáreas rodeadas de naranjales en la ciudad rural de Fellsmere, cerca de la costa centroriental de Florida, más de 145 kilómetros al sureste de Orlando.

El centro sin fines de lucro no está abierto al público en general, pero ofrece programas educativos y visitas especiales, y proyecta construir un mirador que permita a estudiantes y huéspedes especiales ver los hábitats de los elefantes y aprender al respecto. Para más información, llame al director ejecutivo del centro, John Lehnhardt, por el 772-202-8875 o visite el sitio web del centro: www.nationalelephantcenter.org.